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Channel: Manchester United – Jot Down Cultural Magazine
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Las entrañas de Celtic Park

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Fotografía: Guillaume Gogo (CC).

Antes siquiera de partir hacia Glasgow, Frank pregunta si conozco a Jimmy Johnstone. Dudo, pero termino mintiendo. Se echa las manos a la cabeza y, atropelladamente, busca su teléfono para remediar mi pretendida ignorancia. En apenas diez segundos, la pantalla se viste de blanco y negro con imágenes del partido homenaje a Alfredo Di Stéfano, al que acudió el Celtic invitado por el Real Madrid. 1967. Frank pertenece a la primera generación que se hará vieja con un móvil entre las manos, capaces de reproducir al instante cualquier recuerdo. Contaba diez años cuando el venerado pelirrojo aguó la fiesta al madridismo y a Santiago Bernabéu, pero ahora todo vuelve a suceder otra vez, siempre que lo desee. YouTube como el aleph de Borges.

Frank conduce y Mark, al que acabamos de recoger, da las réplicas con su fortísima pronunciación escocesa. Dedican durante todo el camino irreproducibles piropos al Rangers. El único suave, un juego de palabras entre el nombre del estadio y su situación financiera (Ibrokes). Así llegamos al barrio de Parkhead, en las afueras de Glasgow. Desde London Road ya se ve Celtic Park. En el aparcamiento, nada más salir del coche, Mark y su acentazo señalan a un señor mayor que camina lentamente a escasos diez metros. Es nada menos que Bertie Auld, uno de los leones de Lisboa, integrante del primer equipo británico que ganó la Copa de Europa. Las caras de mis acompañantes olvidan el siglo que suman, y cruzan efímeras miradas adolescentes.

Proyectan un documental a modo de prefacio; una breve aproximación a la historia del club. Aplausos. Luego entramos en el estadio y comienza el tour propiamente dicho. Primera parada, sala de trofeos. Un señor menudo habla para un grupo de veinticinco personas, pero musita las palabras. Arranca la disertación con la Coronation Cup, un bien que los aficionados del Celtic aprecian por dos razones: su exclusividad y su escaso cariño por la monarquía. El torneo se organizó en 1953 con motivo de la coronación de Isabel II, y participaron cuatro equipos escoceses y otros tantos ingleses. Los mejores de la época, si nos fiamos del guía. En un tiempo en el que los enfrentamientos europeos eran una anomalía, las crónicas recogen la importancia otorgada al campeonato. Arsenal, Manchester United, Tottenham y Newcastle por un lado, Celtic, Rangers, Hibernian y Aberdeen por el otro. Pasaron dos de cada a semifinales, y el último partido fue escocés. En ese preciso momento, Frank interrumpe el relato para sacarse un as de la manga: aquella final contra el Hibernian la decidió su tío.

James Walsh jugó durante seis temporadas en el Celtic, su equipo, hasta 1956. Disputó un buen puñado de encuentros como delantero. Aunque Frank no recuerda al dedillo las estadísticas del hermano de su padre, sabe que marcó muchos goles. Y no se equivoca, puesto que fueron cincuenta y nueve en ciento cuarenta y cuatro partidos. En ese periodo tuvo tiempo de ganar los tres títulos escoceses, además de la ya mencionada Coronation Cup, donde hizo el segundo y definitivo tanto. Pero su trayectoria no se detuvo ahí. En un traspaso difícil de explicar, firmó por el Leicester City. Y en Inglaterra continuó haciendo lo que mejor sabía. A día de hoy, Jimmy Walsh sigue siendo uno de los diez máximos anotadores de la historia del Leicester, gracias a sus noventa y un tantos. Además, portó el brazalete de capitán en la final de FA Cup de 1961, y dejó un hito imborrable: el primer gol de los Foxes en competición europea lleva su firma. Los datos impresionan, pero todavía más sabiendo que, casi al final de su carrera, le diagnosticaron un problema en la vista. Parece una broma, pero marcó más de cien goles al máximo nivel con un defecto visual. Lo arrastró siempre, pero él, simplemente, creía que todo el mundo veía así de mal. Walsh aseguró que, en igualdad de condiciones, habría marcado el doble.

El guía sabe lo bien que conozco Sevilla. Lo descubrió cuando esperábamos a que empezara el tour, mientras me daba a probar el brebaje nacional escocés, algo tan azucarado como naranja llamado Irn-Bru. Por eso me mira solo a mí mientras señala la mención de la UEFA al comportamiento de los hinchas desplazados en 2003 al Estadio de la Cartuja. Quiere saber mi opinión, y confirmo que eran muchísimos (ochenta mil, puntualiza de inmediato). El grupo queda conforme, como si necesitaran el testimonio de un extranjero para completar lo que refieren el señor mayor bajito y la placa plateada. El guía insiste en el reconocimiento a su afición, pero sospecho que preferiría haberse vuelto con la copa verdadera. Aquella cita sevillana fue la tercera y última final europea de la historia del Celtic, la primera en cuatro décadas. La perdieron ante el Oporto de Mourinho, sí, pero se les sigue iluminando la cara cuando alguien nombra la capital de Andalucía.

Tras detenernos en trofeos de pintoresco diseño, en el del homenaje a Di Stéfano (Frank me busca con la mirada), y en las temporadas de triplete (Scottish League, Scottish Cup y Scottish League Cup), llega el momento de la joya de la corona. La que engalana las vitrinas. La Copa de Europa lograda hace medio siglo. Fue en Lisboa, en la primera final para el Celtic, ante un Inter que venía de ganar dos. El guía lo recalca, habían conquistado todos los trofeos domésticos aquel año, pero a una cita así llegaban como underdog. Máxime cuando a los italianos les bastaron siete minutos para adelantarse en el marcador. No obstante, los escoceses destrozaron toda previsión y remontaron en la recta final.

Los jugadores del Celtic con la Copa de Europa tras su regreso de Lisboa,1967. Foto: Cordon.

2-1. Leones de Lisboa, que es un nombre cojonudo. Encima, todos nacidos a menos de treinta millas de Parkhead. Como si les faltara algún requisito para ser considerados los mejores de la historia del club. El recuerdo durante el quincuagésimo aniversario ha sido constante, con infinidad de actividades de toda índole. No es una exageración, la agenda ha estado repleta. Actos cada semana. Porque no solo rememoran la gesta, que también. Presumir de que una vez fueron los mejores, de que una noche eterna ganaron la Copa de Europa, es el mejor antídoto para el veneno que les entra ahora por el cuerpo cuando salen de Escocia y son vapuleados en Champions por gigantes económicos. Y eso si logran superar las rondas previas, claro. Por eso los hinchas, jóvenes y mayores, compran decenas de productos relacionados con la efeméride en la tienda oficial. El perseverante homenaje del Celtic a los héroes del 67 ejemplifica la nostalgia colectiva del paraíso perdido, un fútbol que fue y ya no es, y que quizás nunca más será.

En Celtic Park, el vestuario es pequeño y sobrio. Escueto. Muy lejos del boato que el máximo nivel lleva aparejado en otras latitudes. Es, simplemente, un espacio cuadrado donde cualquier cosa queda cerca. Hay bancos, taquillas y una nevera. Nada más. Todos los dorsales de la plantilla lucen en camisetas emperchadas, aunque la terna conformada por Leigh Griffiths, Moussa Dembélé y Scott Sinclair, cuyos números son correlativos, monopoliza las fotografías. Resulta fácil visualizar a Brendan Rodgers en el centro, inculcando la victoria a unos veinteañeros que portan el escudo que él ya animaba de niño.

El vestuario tiene dos puertas. Un visitante inquieto abre la situada a la derecha, y allá que vamos todos a mirar. Resulta ser la sala de lavandería. Una señora de rojos mofletes se percata del escrutinio al que sometemos a las lavadoras, y está a punto de explicarnos que son normales y corrientes, le das a unos botones y, al cabo de un rato, te devuelven la ropa limpia. Ya está. No las he inventado yo, oigan. La puerta de la izquierda, por su parte, escondía las duchas. También sencillísimas, sin atisbo de lujo. Ningún polideportivo recientemente inaugurado en España, pese a las preceptivas mordidas presupuestarias, tiene nada que envidiarles. Eso sí, algo muy distinto ocurre con el túnel, donde nos ponen la música de la Champions y a cada paso el horizonte se vuelve más verde.

Frank, como si de un fogoso entrenador se tratara, sobrepasa el área técnica para tocar el césped con la punta de los dedos. Conversa con otro miembro del grupo, y llegan a la conclusión de que es una mezcla de hierba natural y artificial. Yo, sin nada que aportar a la charla, me siento en el banquillo junto a Mark. De nuevo, nada de comodidades. Los asientos de la primera fila todavía, pero los de la trasera son iguales a los de tribuna. Un empleado conmina a Frank a regresar a la banda (si lo dejan llega hasta el círculo central), y él obedece con la mirada perdida en la grada, ahora vacía, imaginándola poblada por sesenta mil almas. The Bhoys. Obviamente, los chicos, los muchachos. Ahora bien, ¿qué pinta ahí esa hache? Es una herencia del gaélico, y la conservan como hacen todo lo relacionado con su club: orgullosos. No obstante, tan solo el 1% de la población habla hoy gaélico escocés, la mayoría en las islas Hébridas, al oeste del país.

Por último, subimos al palco. En la zona destinada a los patrocinadores que más dinero invierten, en el punto con mejor visibilidad del estadio, hay dos asientos reservados. De por vida, según atestiguan sus placas. Esas localidades pertenecen a Billy Connolly y a Rod Stewart, o cómo en algunos lugares el fútbol premia la cultura. Finalmente, el guía nos señala un sector del estadio, el único sin asientos. Esa grada la ocupa de pie la Green Brigade, el grupo ultra del Celtic, al que perdona algunos de sus cánticos (son cosas de chiquillos, le falta decir) por el buen ambiente que crean cada partido. Y así pone punto final a la visita, la segunda y última del día. Supongo que aquí termina también su no demasiado agobiante jornada laboral. El tour concluye como empezó, con palabras en voz baja y aplausos.

De vuelta al coche, pregunto a mis acompañantes cuántas temporadas más creen que durará la racha de títulos ligueros, ahora que la Old Firm está tan desnivelada y llevan seis. Tras una breve deliberación, coinciden: hay que alcanzar la decena. No solo es un número redondo, además superarían el récord de nueve ligas consecutivas que comparten con el Rangers. Les cuestiono también por Brendan Rodgers, si temen que su labor provoque suculentas ofertas provenientes del sur de la isla. Ambos dan por hecho que regresará a la Premier League inglesa, pero todavía no. Frank cree que consolidará al Celtic en competiciones europeas, y que incluso lo llevará a las rondas finales. Cada palabra que sale de su boca es más aventurada que la anterior, y lo sabe. Pero parece convencido. Al fin y al cabo, salimos de un estadio que recibe al visitante con la celebérrima frase de Jock Stein, y si el fútbol sin aficionados no es nada, nada tampoco es el aficionado sin ilusión.

De repente, Frank y Mark se arrancan a cantar dentro del coche. Como si temiesen que el silencio no hiciera justicia a la intensidad del momento. Celtic Park queda atrás. Acabamos de incorporarnos a la autopista; todavía faltan un buen puñado de millas. Sin embargo, no parece que tengan contemplado cansarse. Queda «Hail, Hail, the Celts are here» para rato.

Disparo de Tommy Gemmell durante el Celtic-Dinamo de Kiev en la Copa de Europa de 1967. Foto Cordon.

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